Hace siglos, en una tierra fértil bañada por ríos cristalinos y árboles frutales de mil colores, vivió un hombre llamado Bevius Andarion. Su pueblo, enclavado entre montañas y valles exuberantes, dependía del agua pura y los frutos que la naturaleza les brindaba. Mientras que otros se preocupaban por la caza y la construcción, Bevius dedicó su vida a un arte olvidado: la alquimia de los sabores líquidos.
Bevius no se conformaba con beber agua o simples infusiones; creía que las frutas, hierbas y especias podían combinarse para crear algo más que una simple bebida: un elixir capaz de nutrir el alma, refrescar el cuerpo y contar historias a través del paladar.

Con paciencia y sabiduría, Bevius experimentó con infusiones de pétalos de flores, mezclas de raíces y extractos frutales hasta lograr preparaciones que maravillaban a quien las probaba. Sus brebajes no solo aliviaban la sed, sino que también revitalizaban el espíritu y fortalecían la comunidad.
Con el tiempo, su fama creció, y viajeros de tierras lejanas acudían a probar sus creaciones. No tardó en surgir un término entre aquellos que aprendieron su arte: «Beviander», una fusión de su nombre (Bevius) y la palabra que describía su constante andar en busca de nuevos ingredientes (Andarion).

Los Bevianders se convirtieron en maestros de la preparación de bebidas no alcohólicas, guardianes de recetas ancestrales que pasaron de generación en generación. Gracias a ellos, el mundo entendió que beber no solo era una necesidad, sino también un arte.
Desde entonces, cada vez que alguien mezcla con destreza agua, frutas y esencias naturales para dar vida a una bebida única, honra el legado de Bevius Andarion, el primer Beviander.